Septiembre: mes de la Biblia

Por Daniel Annone. Se denomina el mes de la Biblia a septiembre, en homenaje a Jerónimo, el primer traductor de la Biblia –de los textos originales en hebreo, griego y arameo al latín– entre 383 y 404 de esta era. La Biblia, Biblión o simplemente Libros es denominada así porque contiene 66 libros, de los cuales hay 39 en el Antiguo Testamento, que hemos recibido como herencia del antiguo pueblo hebreo, y 27 en el Nuevo Testamento. Exactamente así era la Biblia que Jerónimo tradujo la primera vez desde los textos originales. Algunos amigos le pidieron luego que incluyera algunos otros libros históricos de aquella época, a lo que accedió Jerónimo, pero puso una aclaración: eran libros que no pertenecían al canon y que los incluía como libros interesantes.

Lamentablemente, con el paso del tiempo los libros fueron reeditados sin esa aclaración, lo que llevó a la confusión de darles el mismo valor que los que son verdaderamente inspirados. Se les denomina “deuterocanónicos”, del segundo canon o simplemente apócrifos. Muchas iglesias cristianas utilizan la Biblia con todos los libros. Los evangélicos aceptamos únicamente los 66 libros originales.

La Biblia es la Palabra de Dios; creemos firmemente que Dios ha hablado a través de los tiempos y nos ha dado su palabra para ayudarnos, guiarnos y bendecirnos.

Desde la antigüedad, Dios habló al pueblo hebreo por medio de Moisés y le dijo: “Guarda los estatutos y mandamientos que yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos y prolongues tus días sobre la Tierra” (Deuteronomio, 4.40). Toda la Biblia ha sido escrita para bendecir al ser humano. Podemos afirmar que la Biblia es la mejor guía, es el mejor libro de autoayuda, el más grande consejero y, por sobre todo, el mejor para conocer la voluntad de Dios.

Bien lo dijo San Pablo: “Toda la escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (II Carta a Timoteo, 3.16 y 3.17).

Además de ser guía, es un verdadero alimento espiritual en épocas de tanta inseguridad, inmoralidad y desorientación general. La Biblia provee al lector diario un maravilloso libro de fortaleza espiritual. El salmista David decía: “Lámpara es a mis pies tu palabra y luz en mi camino”. Y agregaba: “Cuánto amo yo tu ley, todo el día es ella mi meditación”.

La única regla de fe.

La Biblia es la única regla de fe y práctica para las iglesias evangélicas. No tenemos y no aceptamos decretos, resoluciones ni nuevas revelaciones de líderes, comités o profetas, porque la misma Biblia lo enseña y lo ordena. Dios le ordenó al pueblo hebreo que no quitara ni añadiera nada a sus mandamientos (Deuteronomio, 4.2 y 12.32) y al concluirse el canon de la Sagrada Biblia, en el último capítulo dice: “Que nadie añada ni quite nada de su palabra” (Apocalipsis, 22.18 y 19).

El pueblo evangélico es celoso en guardar sólo lo que Dios nos reveló y ordenó. Lamentamos que muchas iglesias dan el mismo valor a resoluciones y a dichos posteriores. Una iglesia puede adecuarse a la realidad cultural de su tiempo, pero jamás modificar las enseñanzas de Dios, establecidas en su bendita palabra. Hay iglesias llamadas cristianas, pero que no tienen nada que ver con la pureza evangélica que nos legó Jesús y sus apóstoles, porque han modificado sus doctrinas y prácticas originales.
En el mes de la Biblia, la mejor celebración será leerla, meditarla y cumplir fielmente sus maravillosas y sabias enseñanzas.

LA VOZ